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L’entretien posthume de George Steiner avec son ami Nuccio Ordine _ ou l’éloge de la vertu de curiosité

05fév

Par El Pais, en espagnol,

je découvre ce matin

l’entretien _ expressément _ posthume que George Steiner a eu, chez lui à Cambridge, le 20 janvier 2014,

avec son ami l’essayiste italien Nuccio Ordine ;

avec la demande de ne bien vouloir le publier

que le lendemain de son décès.

La voici, d’abord en espagnol, telle que publiée dans El Pais,

sous le titre de La entrevista póstuma de George Steiner: “Me faltó valor para crear ;

puis en italien, telle que publiée par Il Corriere della Sera,

sous le titre de George Steiner, l’intervista postuma «L’Europa è un sogno che resta vivo» I motivi di questo colloquio.

La entrevista póstuma de George Steiner: “Me faltó valor para crear”


El gran crítico literario, fallecido el lunes, mantuvo una conversación a lo largo de los años con el ensayista italiano _ Nuccio Ordine _ con la condición de que las confesiones vieran la luz al día siguiente de morir


George Steiner en la puerta de su casa en Cambridge en 2016.
George Steiner en la puerta de su casa en Cambridge en 2016. ANTONIO OLMOS (CONTACTO)


NUCCIO ORDINE
El secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad” ; no pude evitar pensar en esta maravillosa reflexión de Gabriel García Márquez cuando me enteré de la desaparición de George Steiner. Murió el lunes hacia las 14.00 horas, por complicaciones derivadas de una fiebre aguda, en su casa de Barrow Road, en Cambridge. La última vez que hablamos fue el sábado pasado, por teléfono, y me confió, con voz muy ronca : “Ya no soporto el cansancio de la debilidad y la enfermedad”.

Así, Steiner, uno de los críticos literarios más agudos e importantes del siglo XX, vivió los últimos años de su vida lejos del foco de atención, de los medios de comunicación, de los congresos y conferencias, de cualquier cita pública. He tenido el privilegio de estar con él también en esta última fase de aislamiento voluntario.

Después de más de veinte años de encuentros en París, Italia y otras ciudades europeas, las llamadas mensuales y la visita anual a Cambridge se habían convertido en un ritual. Pero a la última cita, fijada para el 14 de junio de 2018, no le sucedió ninguna otra : el día anterior George la canceló porque no se encontraba bien y no quería mostrarse cansado y desanimado. Fue en una de estas reuniones (el 21 de enero de 2014, hace exactamente seis años), cuando a Steiner se le ocurrió concederme una entrevista póstuma _ voilà ! _ : reunir algunas de sus reflexiones y no publicarlas hasta el día siguiente a su desaparición. Una manera discreta de romper el silencio y despedirse _ voilà _ de sus amigos, sus alumnos, sus numerosos lectores.

Volvió a este texto el año pasado, modificando algunas palabras aquí y allá y pidiéndome que volviera a escribir algunas frases. Quién sabe cuántos aspectos desconocidos de su vida y su pensamiento saldrán a la luz en 2050, cuando se puedan estudiar los cientos de “cartas autobiográficas” ahora selladas en los archivos del Churchill College de Cambridge

Ahora que ya no está –su hijo David me dio la noticia–, además del profundo dolor por la pérdida de un amigo querido y un verdadero maestro, ni siquiera cuatro meses después de la desaparición de Harold Bloom, advierto más claramente las consecuencias de ese silencio forzado y el vacío insalvable que deja entre los defensores de los clásicos y la literatura. Pienso en sus libros, en su conocimiento enciclopédico animado por una sorprendente curiosidad _ voilà. Y pienso, sobre todo, en su pasión por la enseñanza _ oui _ , en su capacidad para compartir el amor por la literatura y el conocimiento con los estudiantes y el público.


George no solo destacó en la palabra escrita. Era también un gran orador : su elegante elocuencia fue capaz de inflamar a estudiantes y colegas.


Pregunta : ¿Cuál es el secreto más importante que quiere revelar en esta entrevista póstuma?


Respuesta : Puedo decir que durante 36 años he dirigido a una interlocutora (su nombre debe continuar siendo secreto) cientos de cartas que representan mi “diario”, en el que he contado la parte más representativa de mi vida y los eventos que han marcado mi cotidianidad. En esta correspondencia he hablado sobre los encuentros que he tenido, los viajes, los libros que he leído y escrito, las conferencias y también episodios normales y corrientes. Es un “diario compartido” con mi destinataria, en el que es posible encontrar incluso mis sentimientos más íntimos y mis reflexiones estéticas y políticas. Se conservará en Cambridge, en un archivo del Churchill College, junto con otras cartas y documentos que dan testimonio de las etapas de una vida quizá demasiado larga. Estas cartas-diario, en particular, se sellarán y solo podrán consultarse después de 2050, es decir, después de la muerte de mi esposa y (quizá) de mis hijos. En resumen, se harán públicas solo cuando muchas de las personas cercanas a mí ya no estén. ¿Los leerá alguien después de tanto tiempo? No lo sé. Pero no podía hacerlo de otra manera…

P : ¿Por qué una entrevista póstuma?

R : Siempre me fascinó la idea. De algo que se hará público precisamente cuando yo ya no pueda leerlo en los periódicos. Un mensaje para los que se quedan y una manera de despedirme dejando que se oigan mis últimas palabras. Una ocasión para reflexionar y hacer balance. He llegado a una edad en que cada día más o menos normal debe considerarse un valor añadido, un regalo _ voilà _ que te da la vida.

En esta fase los recuerdos del pasado se convierten en el único y verdadero futuro interior. Es un viaje hacia atrás basado en el recuerdo lo que nos permite alimentar algunas esperanzas. No disponemos de las palabras exactas para definir el recuerdo que encierra en sí el mañana. Me encuentro en un momento de mi vida en el que el pasado, los lugares que he frecuentado, las amistades que he tenido, la imposibilidad de ver a las personas que he amado y sigo amando y hasta la relación contigo, constituyen el horizonte de mi futuro más de lo que puede ser el futuro real.

P : ¿Se reprocha algo en particular?

R : Claro. Más de una cosa. Escribí un pequeño libro, Errata, en el que hablo sobre los errores que he cometido No he conseguido captar algunos fenómenos esenciales de la modernidad. Mi educación clásica, mi temperamento y mi carrera académica no me permitieron comprender completamente la importancia de ciertos grandes movimientos modernos. No entendía, por ejemplo, que el cine, como nueva forma de expresión, pudiera revelar talentos creativos y nuevas visiones mejor que otras formas más antiguas, como la literatura o el teatro. No he entendido el movimiento contra la razón, el gran irracionalismo de la deconstrucción y, en algunos aspectos, del posestructuralismo. Debería haberme dado cuenta de que el movimiento feminista, que apoyé en Cambridge con gran convicción al reconocer la importancia del papel de la mujer, asumiría después, en la lucha por ocupar un lugar dominante en nuestra cultura, una función política y humana extraordinaria.

P : En el ámbito personal, ¿qué errores ha cometido?

R : Esencialmente, habría debido tener el valor de probarme en la literatura “creativa”. De joven escribí cuentos, y también versos. Pero no quise asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en este ámbito, que me apasiona. Crítico, lector, erudito, profesor, son profesiones que amo profundamente y que vale la pena ejercer bien. Pero es completamente diferente a la gran aventura de la “creación”, de la poesía, de producir nuevas formas. Y, probablemente, es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de “parásito”, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura. Por supuesto, los críticos (lo he subrayado varias veces) también tienen una función importante ; he intentado lanzar, a veces con éxito, algunos trabajos y he defendido a los autores que creía que merecían mi apoyo. Pero no es lo mismo. La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme _ certes _ ; una distancia ontológica (por usar una palabra pomposa), una distancia del ser. Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara estas tesis ; muchos barones y cierta crítica estrictamente académica no aceptaron que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importante que los autores de los que estaban hablando…

P : ¿A quién desea enviar un mensaje?

R : Pienso en algunos estudiantes, más brillantes que yo, que están completando trabajos importantes ; su éxito es una gran recompensa para mí. Pienso con profunda gratitud en algunos de mis colegas que me han acompañado en el camino académico. Y pienso, sobre todo, en personas más íntimas, como tú, que han entendido lo que he intentado hacer y gracias a quienes he podido vivir una intensa aventura intelectual y emocional. Pero, en este momento, ante todo, trato de entender por qué la distancia que me separa del irracionalismo moderno y, me atrevo a decir, de la creciente barbarie de los medios, de la vulgaridad dominante _ voilà _ , es cada vez mayor. Creo que estamos atravesando un período cada vez más difícil…

P : ¿Qué es lo que más le ha hecho sufrir?

R : Me ha hecho sufrir el ser consciente de haber publicado ensayos que me habría gustado escribir mejor. Por supuesto, hay páginas de mi trabajo que he defendido y defiendo con convicción, y también con amargura. Pero sé que probablemente no era eso lo que me habría gustado escribir. Y a menudo pienso en la injusticia del gran talento : nadie entiende cómo surgen estos dones supremos y cómo se distribuyen. Pienso en un niño de cinco años y medio que dibuja un acueducto romano cerca de Berna y luego, de repente, representa un pilar con zapatos ; desde entonces, gracias a Paul Klee, que así se llama, los acueductos caminan por todo el mundo. Nadie puede explicar las sinapsis neurológicas que pueden desencadenar en un niño este “flechazo” de la metamorfosis, esta brillante intuición que cambia la realidad. Pensé que era una injusticia que pudiéramos intentar, volver a intentar, esforzarnos de nuevo, solo para poder permanecer en la estela de los adultos, pero sin llegar a ellos, porque son diferentes a nosotros.

P : ¿Y lo que le ha hecho más feliz?

R : La felicidad de haber enseñado y vivido en muchos idiomas _ voilà. La felicidad que he tratado de cultivar todos los días, hasta el final, sacando de mi biblioteca un poema para traducirlo a mis cuatro idiomas (francés, inglés, alemán e italiano). Y aunque no lo haya traducido bien, tengo la impresión de que he dejado entrar un rayo de sol en mi cotidianidad.

P : ¿Qué deseos no ha podido cumplir?



R : Muchísimos : viajes que no me he atrevido a hacer, libros que quería escribir y que no he escrito, sobre todo encuentros cruciales que evité por falta de valor o disponibilidad o energía. Podría haber conocido, por ejemplo, a Martin Heidegger, pero no me atreví. Y creo que tenía razón. Siempre he respetado un principio : no hay necesidad de importunar a los adultos, tienen otras cosas que hacer. Y además, nunca he soportado a quienes se consideran importantes porque coleccionan citas con grandes nombres. Las personas excelentes tienen el derecho a escoger con qué interlocutores quieren “perder” su tiempo. Luego ocurre que un día, al abrir libros de memorias, se leen frases como: “Me importunó el señor X, que insistió en reunirse conmigo, pero no tenía nada interesante que decir”. Siempre me ha dado miedo caer en el error burdo. Pienso en Jean-Paul Sartre, por ejemplo, especialista en revelar circunstancias ligadas a famosos “pesados”. Y me costó mucho renunciar, en los últimos tiempos, a la compañía de un perro. Después de la muerte de Muz me di cuenta de que, a mi edad, era muy arriesgado tener otro. Adoro a estos animales, pero en el umbral de los 90 años me parece terrible ofrecerle una casa para dejarlo solo.


P : ¿Cuál es la victoria más hermosa?

R : Insistir en la idea de que Europa _ oui _ sigue siendo una necesidad importantísima, y de que, a pesar de las amenazas y los muros que se construyen, no debemos abandonar el sueño europeo. Soy antisionista (postura que me costó mucho, hasta el punto de no poder imaginar la posibilidad de vivir en Israel) y detesto el nacionalismo militante. Pero ahora que mi vida está llegando a su fin, hay momentos en que pienso : ¿quizás me equivoqué? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén? ¿Tenía derecho a criticar, cómodamente sentado en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿Fui arrogante cuando, desde el extranjero, intenté explicar a las personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado?

P : ¿Recuerda haber llorado en su vida?

R : Desde luego. En los últimos tiempos me encuentro a menudo recordando circunstancias particulares. Pienso, por ejemplo, en grandes experiencias humanas que concluyeron sin que yo hubiera previsto el final. La repentina desaparición de algunas personas que nunca volverás a ver. O lugares que no has visitado y que ya no podrás visitar. Y también pienso en más cosas, sencillas, quizá banales : pescado y alimentos que ya no podrás probar. Y a veces, encontrar en la esquina de una calle o en un jardín la sombra de una persona que amas y que necesitas enormemente, pero que sabes que ya nunca podrás alcanzar.

P : ¿Qué importancia ha tenido la amistad en su vida?

R: Una importancia enorme. Nadie lo sabe mejor que tú. Habría vivido muy mal mis los últimos decenios sin ti y sin otros dos o tres amigos con los que he intercambiado una abundantísima correspondencia, interlocutores distinguidos con quienes he compartido una profunda intimidad afectiva. Quizá la amistad sea más valiosa que el amor. Sostengo esta tesis porque la amistad no tiene nada del egoísmo del deseo carnal. La amistad, la auténtica amistad, se basa en un principio que Montaigne, en un intento de explicar su relación con Etienne de la Boétie, condensó en una frase bellísima: « Porque era él ; porque era yo« .

P : ¿Y el amor?

R : El amor ha tenido muchísima importancia, tal vez demasiada. En primer lugar, la felicidad que me ha dado mi matrimonio y que no puedo explicar con palabras, racionalmente. Y luego uno o dos encuentros que han sido decisivos en mi vida. Creo que, en potencia, las mujeres tienen una sensibilidad superior _ oui _ a la de los hombres. He tenido el enorme privilegio de tener relaciones amorosas en diferentes lenguas (he escrito mucho sobre este tema). El donjuanismo políglota ha sido una enorme recompensa para mí, una ocasión de vivir múltiples vidas. Y es curioso que ni la psicología ni la lingüística se hayan ocupado nunca de este fenómeno apasionante. Por eso, en Después de Babel acuñé una definición original de la traducción simultánea como un buen orgasmo. Siempre he considerado el fenómeno de las palabras y los silencios en relación con el erotismo un tema capital.

P : ¿Piensa alguna vez en la muerte?

R : Continuamente. Pero no solo ahora ; también cuando era joven. Crecí a la sombra de la amenaza hitleriana, y recuerdo perfectamente que los únicos supervivientes de mi clase del instituto fuimos un compañero y yo _ voilà. Mi padre y la vida me prepararon para afrontar la pérdida y el peligro de la muerte. Ahora pienso que el encuentro con la muerte tal vez sea interesante ; quizá se revele como una manera de entender mejor muchas cosas.


P : ¿Cree que hay algo después de la muerte?


R: No. Estoy convencido de que no habrá nada _ certes. Pero el momento del paso puede ser muy interesante. Encuentro infantil la reacción de quienes, después de haber pensado siempre en la nada, en la fase final de su vida cambian y se imaginan un « mundo » ultraterrenal. Pienso que no tener miedo es una cuestión de dignidad _ oui _ ; no se debe perder el respeto a la razón, hay que llamar las cosas claramente por su nombre _ oui. Es verdad que se puede cambiar de manera de pensar. He tenido la fortuna de vivir siempre en contacto con grandes científicos, y sé que cada día se aprenden cosas nuevas y se corrigen otras. En la ciencia, esto es normal. Ahora bien, creer en una vida más allá es algo muy distinto _ oui.

P : En esta entrevista póstuma, ¿querría pedir disculpas a alguien con quien se haya peleado?

R : Sí, querría disculparme con una persona cuyo nombre no puedo decir. Creo que él también preferiría permanecer en el anonimato. Se trata de un hombre eminente, durante mucho tiempo amigo íntimo, con el que discutí por un asunto estúpido. Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años. Aprendí mucho de esa experiencia ; cómo a veces un instante insignificante puede transformarse en un hecho decisivo en la vida. Es un riesgo que corremos a menudo. Un gesto sin importancia, una simple palabra, en un solo segundo, pueden causar verdaderas tragedias. Y ahora, después de tantísimos años, me gustaría decirle a mi amigo, “ven, vamos a comer juntos y a reírnos de lo que pasó”. Pero, con gran dolor, me doy cuenta de que ya no hay tiempo. Es demasiado tarde.

P : Sin embargo, es famoso por su irascibilidad. ¿Siempre ha sido un punto débil de su carácter?

R : Sí, es verdad, pero no solo en la edad adulta. Recuerdo que cuando era niño me alteraba por cosas pequeñas, a veces sin una verdadera razón. Esta manera de comportarme me ha creado muchas enemistades. Después, con los años, tuve que aprender a moderarme. Pero también he pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre bien recibida. Y tal vez la tristeza, fruto de la conciencia de mi mediocridad, ha incomodado no pocas veces a mis interlocutores. Por desgracia, a lo largo de tantos años he coleccionado muchas hostilidades y he roto muchas amistades. Es triste reconocerlo, pero es así.

P : ¿Le han dado algún consejo que le haya cambiado la vida?

R : Por supuesto. Sobre todo los que me dio mi madre con todo su cariño. A ella le debo que me animase a convivir de manera fructífera con mi discapacidad. Cuando era niño, para hacerme reaccionar en los momentos de desesperación, me decía que la « dificultad » era un « don » divino. Además de librarme del servicio militar, mi defecto me brindó la oportunidad de aprender a mejorar, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida _ certes. Lo he recordado en diferentes circunstancias. Uno de los logros más bellos de mi existencia fue cuando conseguí atarme los zapatos por primera vez con la mano impedida.

© Corriere della sera

George Steiner, l’intervista postuma «L’Europa è un sogno che resta vivo»
I motivi di questo colloquio

In un colloquio con il «Corriere» da pubblicare dopo la sua morte, il grande critico raccontava le sue passioni e i suoi errori. «Mi preoccupa l’irrazionalismo dilagante»

George Steiner, l'intervista postuma «L'Europa è un sogno che resta vivo» I motivi di questo colloquio
George Steiner (Bertrand Guay/Afp)

Il grande critico George Steiner è morto il 3 febbraio 2020 nella sua casa di Cambridge. Questa intervista venne rilasciata dallo stesso Steiner a Nuccio Ordine il 21 gennaio 2014 (e poi in parte rivista successivamente) con l’intesa che sarebbe stata pubblicata solo dopo la sua scomparsa.

Qual è il segreto più importante che vuoi svelare in questa intervista postuma?


«Posso dirti che per 36 anni ho indirizzato a una interlocutrice (il suo nome deve restare ancora segreto) centinaia di lettere che rappresentano il mio “diario”, in cui ho raccontato la parte più rappresentativa della mia vita e gli avvenimenti più significativi che hanno marcato la mia quotidianità. In questa corrispondenza ho parlato degli incontri che ho fatto, dei viaggi, dei libri che ho letto e scritto, delle conferenze e anche di episodi semplici e banali. Si tratta di un “diario condiviso” con la mia destinataria, in cui è possibile ritrovare anche i miei sentimenti più intimi e le mie riflessioni estetiche e politiche. Saranno conservate a Cambridge, in un archivio del Churchill College con altri carteggi e documenti che testimoniano le tappe di una vita, forse troppo lunga. Queste lettere-diario, in particolare, saranno sigillate e potranno essere consultate solo dopo il 2050, cioè dopo la morte di mia moglie e (forse) dei miei figli. Saranno rese pubbliche, insomma, solo quando molte delle persone a me vicine non ci saranno più. Qualcuno le leggerà dopo tanto tempo? Non lo so. Ma non potevo fare diversamente…».

Perché un’intervista postuma?

«Mi ha sempre affascinato l’idea dell’intervista postuma. Di qualcosa che dovrà essere resa pubblica proprio nel momento in cui io non potrò più leggerla sui giornali. Un messaggio per coloro che restano e una maniera per congedarmi facendo sentire l’ultima mia parola. Un’occasione per riflettere e abbozzare bilanci. Ho raggiunto un’età in cui ogni giorno, più o meno normale, è da considerarsi come un valore aggiunto, come un bonus che la vita ti regala. In questa fase, sono i ricordi del passato che diventano l’unico e vero futuro interiore. È un viaggio all’indietro fondato sulla rimembranza che ci permette di coltivare alcune speranze. Non abbiamo le parole esatte per indicare il ricordo che racchiude in sé il domani. Mi trovo in un momento della mia vita in cui il passato, i luoghi che ho frequentato, le amicizie che ho intrattenuto, l’impossibilità di rivedere persone che ho amato e continuo ad amare e la stessa relazione con te costituiscono l’orizzonte del mio futuro più di quanto possa esserlo il futuro reale».


Ti rimproveri qualcosa in particolare?


«Certo. Più di una cosa. Ho scritto un piccolo libro, Errata, in cui ho parlato degli errori che ho commesso. Non sono riuscito a cogliere alcuni fenomeni essenziali della modernità. La mia educazione classica, il temperamento, la carriera accademica non mi hanno permesso di comprendere a pieno l’importanza di certi grandi movimenti del modernismo. Non ho capito, per esempio, che il cinema, in quanto nuova forma espressiva, avrebbe potuto svelare talenti creativi e nuove visioni meglio di altre forme più antiche, come letteratura o teatro. Non ho capito il movimento contro la ragione, il grande irrazionalismo della decostruzione e, per certi aspetti, del post-strutturalismo. Avrei dovuto rendermi conto che il movimento femminista, che appoggiai a Cambridge con grande convinzione riconoscendo l’importanza del ruolo delle donne, avrebbe poi assunto, nella lotta per occupare un posto dominante nella nostra cultura, una funzione politica e umana straordinaria».

Sul piano più strettamente personale, quali sono gli errori che hai commesso?


«Avrei dovuto, essenzialmente, avere il coraggio di cimentarmi nella letteratura “creativa”. Ho scritto racconti e da giovane anche versi. Ma non ho voluto mai assumere il rischio trascendente di sperimentare qualcosa di nuovo in quest’ambito che mi appassiona molto. Il critico, il lettore, l’erudito, il professore sono mestieri che amo profondamente e che vale la pena di esercitare bene. Però è tutt’altra cosa rispetto alla grande avventura della “creazione”, della poeisis, del produrre nuove forme. E, probabilmente, è meglio fallire nel tentativo di creare che avere un certo successo nel ruolo di “parassita”, come mi piace definire il critico che vive alle spalle della letteratura. Certo, anche i critici (l’ho sottolineato più volte) hanno una funzione importante: ho cercato di lanciare, talvolta con successo, alcune opere e ho difeso autori che ritenevo meritevoli di sostegno. Ma non è la stessa cosa. La distanza tra chi crea letteratura e chi la commenta è enorme: una distanza (per usare una parola pomposa) ontologica, una distanza dell’essere. I miei colleghi universitari non mi hanno mai perdonato l’aver sostenuto queste tesi: molti baroni e una certa critica strettamente accademica non hanno visto di buon occhio che io prendessi in giro la loro presunzione di essere, talvolta, più importanti degli autori di cui parlavano…».


A chi vuoi indirizzare un messaggio in questa intervista postuma?


«Penso ad alcuni allievi, più brillanti di me, che stanno portando a termine lavori importanti: il loro successo è per me una ricompensa enorme. Penso, con una profonda gratitudine, ad alcuni miei colleghi che mi hanno accompagnato lungo il cammino accademico. E penso soprattutto a persone più intime, come te, che hanno compreso ciò che ho cercato di fare e grazie alle quali ho potuto vivere un’intensa avventura intellettuale e affettiva. Ma, in questo momento, cerco in primo luogo di capire perché sta crescendo sempre di più la distanza tra me e l’irrazionalismo moderno e, oso dire, la crescente barbarie dei media, la volgarità dominante. Credo che stiamo attraversando un periodo che si fa sempre più difficile…».


Qual è la cosa che ti ha fatto più soffrire?



«Mi ha fatto soffrire la coscienza di aver pubblicato saggi che avrei desiderato scrivere meglio. Certo: ci sono pagine della mia opera che ho difeso e difendo con convinzione, e anche aspramente. Però so che probabilmente non è ciò che io avrei desiderato di scrivere. E penso spesso all’ingiustizia del grande talento: nessuno capisce come abbiano origine e come siano distribuiti questi doni supremi. Penso a un fanciullo di 5 anni e mezzo che disegna un acquedotto romano vicino Berna e poi, improvvisamente, raffigura un pilastro con delle scarpe: da allora grazie a Paul Klee, questo è il suo nome, gli acquedotti camminano nel mondo intero. Nessuno può spiegare le sinapsi neurologiche che possono scatenare in un ragazzino questo “colpo di fulmine” della metamorfosi, quest’intuizione geniale che cambia la realtà. Ho pensato che sia un’ingiustizia il fatto che noi possiamo provare, riprovare, sforzarci ancora, per riuscire solo a restare sulla scia dei grandi, ma senza raggiungerli, perché loro sono diversi da noi».


E la cosa che ti ha fatto più piacere?


«La felicità di aver insegnato e di aver vissuto in molte lingue. Felicità che ho cercato di coltivare ogni giorno fino all’ultimo, tirando fuori dalla mia biblioteca un poema per tradurlo nelle mie 4 lingue (francese, inglese, tedesco e italiano). E anche se non l’ho tradotto bene, ho comunque avuto l’impressione di aver aperto una finestra per far entrare un raggio di sole nella mia quotidianità».


Quali desideri non hai potuto realizzare?


«Tantissimi: viaggi che non ho avuto l’audacia di fare, libri che avrei voluto scrivere e che non ho scritto, soprattutto incontri cruciali che ho evitato per mancanza di coraggio o disponibilità o energia. Avrei potuto, per esempio, incontrare Martin Heidegger: ma non ho osato. E credo di aver avuto ragione. Ho sempre rispettato un principio: non bisogna importunare i grandi, hanno altro da fare. E poi non ho mai sopportato coloro che si rendono importanti collezionando appuntamenti con grandi nomi. Le persone eccellenti hanno il diritto di scegliere gli interlocutori con cui vogliono “perdere” il loro tempo. Poi accade che un giorno, aprendo i libri di memorie, si leggano frasi del tipo: “Sono stato importunato dal signor X che ha insistito per incontrarmi, ma non aveva niente da dire”. Ho sempre temuto di poter scivolare in un errore così grossolano. Penso a Jean-Paul Sartre, per esempio, specialista nel rivelare circostanze legate a famosi “scocciatori”. E mi è costato molto rinunciare, negli ultimi tempi, alla compagnia di un cane. Dopo la morte di Muz, ho capito che alla mia età era molto rischioso prenderne un altro. Amo questi animali, ma alla soglia dei novant’anni mi sembrava terribile offrirgli una casa per poi lasciarlo solo…».


Qual è la vittoria più bella?



«Quella di aver insistito sull’idea che l’Europa continua a essere una necessità importantissima e che, nonostante le minacce e i muri che si costruiscono, non bisogna abbandonare il sogno europeo. Sono antisionista (posizione che mi è costata molto, fino al punto di non riuscire a immaginare la possibilità di vivere in Israele) e detesto il nazionalismo militante. Ma adesso che la mia vita volge al tramonto, ci sono momenti in cui ho qualche vivo rimpianto: forse mi sono sbagliato? Non era meglio lottare contro lo sciovinismo e il militarismo vivendo a Gerusalemme? Avevo il diritto di criticare, comodamente seduto sul divano della mia bella casa a Cambridge? Sono stato arrogante quando, dall’esterno, ho cercato di spiegare a persone in pericolo di morte come avrebbero dovuto comportarsi?».

Ti ricordi di aver pianto nella tua vita?



«Certo. In questi ultimi tempi mi capita spesso di ricordare particolari circostanze. Penso, per esempio, a grandi esperienze umane che si sono concluse senza che io ne avessi previsto la fine. La scomparsa improvvisa di alcune persone che non potrai più rivedere. O luoghi che hai frequentato e che non potrai più frequentare. E penso anche a cose più semplici, forse banali: pesci e cibi che hai gustato in alcuni posti magici e che non potrai più gustare. E, talvolta, incontrare nell’angolo di una strada o in un giardino l’ombra di una persona che ami, e di cui hai un enorme bisogno, ma che sai di non poter più raggiungere».

Che peso ha avuto l’amicizia nella tua vita?


«Un peso enorme. E nessuno meglio di te può saperlo. Avrei vissuto malissimo questi ultimi decenni della mia vita senza di te e senza altri due o tre amici, con cui ho intrecciato una fittissima corrispondenza. Interlocutori privilegiati, con cui ho condiviso una profonda intimità affettiva. Forse l’amicizia è più preziosa dell’amore. Difendo questa tesi, perché nell’amicizia non c’è nessun egoismo del desiderio carnale. L’amicizia, quella autentica, si fonda su un mistero che Montaigne (nel tentativo di spiegare la sua amicizia con Étienne de la Boétie) ha racchiuso in una bellissima frase: “Perché era lui; perché ero io”».

E l’amore?


«L’amore ha avuto un peso grandissimo, forse troppo, troppo grande. In primo luogo, la felicità che mi ha dato il mio matrimonio, che non posso spiegare con parole, in maniera razionale. E poi uno o due altri incontri che sono stati decisivi nella mia vita. Penso che le donne abbiano una sensibilità potenziale superiore a quella degli uomini. Ho avuto l’enorme privilegio di fare l’amore parlando diverse lingue (ho scritto molto su questo tema): il dongiovannismo poliglotta è stato per me una grande ricompensa, un’occasione per vivere molteplici vite. Ed è curioso che né la psicologia né la linguistica, si siano mai occupate di questo appassionante fenomeno. Ecco perché in Dopo Babele ho coniato una definizione originale della traduzione simultanea: è un orgasmo ben riuscito. Il fenomeno delle parole e dei silenzi in relazione all’eros è sempre stato per me un tema capitale…».


Ti capita di pensare alla morte…


«Continuamente. Ma non solo ora. Anche quando ero giovane mi capitava. Sono cresciuto all’ombra della minaccia hitleriana e ricordo bene che nella mia classe di liceo solo io e un altro compagno siamo riusciti a sopravvivere. Papà e la vita mi hanno preparato ad affrontare i temi della perdita e del pericolo della morte. Adesso penso che il confronto con la morte possa essere interessante, possa rivelarsi una maniera per capire meglio tante cose…».


Pensi che ci sia qualcosa dopo la morte?


«No… Sono convinto che non ci sarà niente. Però il momento del passaggio potrà essere molto interessante. Mi pare infantile la reazione di coloro che, dopo aver pensato sempre al nulla, nella fase finale della loro vita cambiano idea, immaginando un “mondo” ultraterreno. Credo che sia un fatto di dignità il non avere paura: non bisogna perdere il rispetto della ragione e le cose vanno chiamate chiaramente con il loro nome. Certo, si può cambiare idea. Ho avuto la fortuna di vivere sempre a contatto con grandi scienziati e so che ogni giorno si imparano nuove cose e se ne correggono altre. Ma questo è normale nella scienza. Credere in una vita altrove, invece, è ben altro affare…».


In questa intervista postuma, vorresti scusarti con qualcuno con cui hai litigato?



«Sì, vorrei scusarmi con una persona di cui non posso dire il nome. Penso che lui stesso preferirebbe restare anonimo. Si tratta di un uomo eminente, per lungo periodo amico intimo, con cui ho litigato per una stupida questione: una frase mal scritta in una lettera ha finito per mandare in frantumi la nostra antica relazione. Ho imparato tanto da questa esperienza: come, talvolta, un attimo insignificante possa trasformarsi in qualcosa di decisivo nella tua vita. Corriamo spesso questo rischio: un gesto irrilevante o una semplice parola, in un solo secondo, possono provocare vere e proprie tragedie. E adesso, dopo tantissimi anni, vorrei dire a questo mio amico: vieni, pranziamo insieme e ridiamoci sopra. Però, con molto rimpianto, mi rendo conto che ormai non c’è più tempo. È troppo tardi…».


Ma la tua irascibilità è famosa. È stato sempre un punto debole del tuo carattere?



«È vero. Ma non solo da adulto. Ricordo che da ragazzo andavo in escandescenza per piccole cose e, talvolta, senza vere ragioni. Questi comportamenti hanno creato molte inimicizie. Poi con gli anni ho dovuto imparare a moderarmi. Ma ho anche pagato per la mia ironia, spesso molto tagliente e non sempre gradita. E forse la tristezza, frutto della coscienza della mia mediocrità, ha messo non poche volte a disagio alcuni miei interlocutori. In tanti anni ho collezionato, purtroppo, molte ostilità e ho rotto tante amicizie. È triste riconoscerlo. Ma è così…».


Un consiglio ricevuto che ti ha cambiato la vita?



«Eccome: soprattutto quelli che, con grande affetto, ho avuto dalla mia mamma. Debbo a lei gli incoraggiamenti a una fruttuosa convivenza con il mio handicap. Da piccolo, per scuotermi nei momenti di sconforto, mi diceva che la “difficoltà” era un “dono” divino: oltre ad avermi salvato dal servizio militare, infatti, mi aveva anche offerto l’occasione per imparare a fare meglio. Per cercare di capire che senza sforzo non si ottiene nulla nella vita. L’ho ricordato in diverse circostanze: uno dei traguardi più belli della mia esistenza è stato quando, per la prima volta, sono riuscito ad allacciare le scarpe con la mano offesa…».

© RIPRODUZIONE RISERVATA

Ce mercredi 5 février 2020, Titus Curiosus – Francis Lippa

Retour de bouteille à la mer : (passionnante !) réponse de Christophe Pradeau à ma lecture de sa « Grande Sauvagerie »

19juin

A l’envoi de mon tout récent article « Cultiver (en son regard !) la lumière de la luciole et subvertir la carole magique : l’enchantement de l’écrire de Christophe Pradeau« ,

Christophe Pradeau,

l’auteur de La Grande Sauvagerie, aux Éditions Verdier _ dont on peut écouter la très intéressante présentation dans les salons Albert-Mollat, le lendemain de la réception du Prix Lavinal, à Lynch-Bages, en dialogue avec Véronique, sa fervente lectrice (l’entretien, riche, comme l’œuvre en ses 154 pages denses, de multiples ouvertures, dure une bonne heure) _,

répond sur le champ,

et d’une manière merveilleusement circonstanciée…

Je livre ce message, infiniment précieux _ sans rien de personnel, ni d’indiscret, on va le voir _, de l’auteur,

livrant ici quelque coin des plus « intime »_ sinon secret _ de la « fabrique » même de sa « fiction » :

cette  fiction

s’étant « faite » (et, ainsi qu’il l’énonce, « faisant désormais seule autorité«  en son livre tel qu’il existe, en l' »achèvement » de ses 154 pages),

mais aussi, « continuant« , encore, en quelque sorte, de « se faire« ,

« de creuser« ,

continuant de « pousser » quelques sillons (ou plutôt, en le terreau, l’humus noir nourrissant, quelques nouvelles radicelles d’un processus de déploiement d’une « arboration » foisonnante…)

en le terreau-territoire, donc, de son imagination d’auteur-roi de sa fiction « fictionnante » ;

mais aussi en celles, « fictionnées« , elles,

mais en mouvement continué ! vivant ! ému ! encore (= mobilisée ! _ et mobilisatrice !),

de ses lecteurs les plus (ou mieux) attentifs, du moins… _ puisqu’il (= l’auteur) nous (= les lecteurs) accule _ et combien brillamment ! _ à l’exercice _ vivant ! je le répète ! _ de tenter de résoudre, à notre tour, l' »énigme » que constituent, encore, pour nous, les blancs, les lacunes, sinon, même, peut-être, quelques contradictions de ce que le roman (tel qu’il est présentement _ et dorénavant ! _ figé en les 154 pages du livre achevé et disponible, entre nos mains) nous livre,

à travers le récit rétrospectif (lui même tout vibrant de mille émotions toujours mouvantes… ; et parfois approximatif) de sa narratrice, Thérèse Gandalonie,

à la façon des proliférantes racines du (très) grand arbre rouge,

« acclimaté« , lui aussi _ je veux dire comme l’ont été, en cet enclos de La Grande Sauvagerie, sur un promontoire rocheux du Limousin, les lucioles, importées, transplantées et « naturalisées«  (page 147),  elles, de Toscane, par Antoine Lambert) _, en Limousin, des rivages d’Amérique,

par un autre de la « tribu » Lambert, le cousin (d’Octave et Antoine, ou plutôt, quoi

que plus âgé qu’elle, d’Agathe, née, elle, en 1909) Alban, assez âgé, lui, pour être mobilisé à faire cette Grande Guerre et finir fauché par la mitraille, un des tout derniers jours de celle-ci, à l’automne, et peut-être même, un des premiers jours de novembre, 1918…

_ une période qui tout particulièrement m’intéresse, eu égard à la préparation « en cours«  (elle me « travaille«  aussi, continument…) de mes deux contributions au colloque Lucien Durosoir (1878-1955)  de Venise, à l’« Institut de la musique française romantique » (ou « Fondation Bru-Zane« ), les 19 et 20 février 2011 ; je vais en reparler, puisque vient de sortir une nouvelle « pépite«  merveilleuse Alpha, en l’espèce du troisième CD de l’interprétation intégrale de l’œuvre musical de Lucien Durosoir, que met en œuvre l’éditeur d’Alpha, mon ami Jean-Paul Combet, en l’espèce du CD Alpha 164 Jouvence, par l’ensemble Calliopée : éblouissant !!! j’en reparle sur ce blog très bientôt !!! _,

à la façon des proliférantes racines du (très) grand arbre

rouge :  le « cèdre » dit  « rouge« ,

ou « thuya géant » ;

je lis le passage (et en son souffle : celui de la narratrice, Thérèse Gandalonie), aux pages 137-139 de La Grande Sauvagerie :

« Pendant qu’Agathe poursuivait son récit _ ce soir de 1990, en son domicile de la rue de Babylone, à Paris _, je voyais,

ce qui s’appelle voir, image intrusive _ ou la réussite de la poiesis de la parole humaine en sa capacité (de semaille de graines de vie) d’« enchantement« _, presque effrayante par sa force de persuasion _ en effet ! _,

je voyais, donc,

Jean-François _ le Rameau qui avait eu la folie de s’affronter, corps et biens perdus, à la « réalité« , lui, de la « grande sauvagerie » (sans majuscules, elle !) des territoires les plus blancs (et pas que sur les cartes d’alors !) d’Amérique (et du Nord)… _

pousser _ lui, donc ! _ ses racines _ on lit bien : les « racines » de Jean-François (Rameau) lui-même ! _

dans la tête de ses enfants _ dont Jean-Guillaume, le père de Jeanne-Marie, qui épouserait ensuite Jérôme Lambert : ceux qui (en « une dizaine de voitures« , à « la fin octobre 1822« , page 136) se transplanteraient de Bourgogne en Limousin… _,

à la façon patiente de cet arbre géant de la Colombie britannique,

le cèdre rouge,

dont il était le premier européen sans doute à avoir donné une description,

dont il avait dessiné, et c’était très certainement la plus belle aquarelle des Carnets,

le racinage,

la façon dont les racines s’insinuent à travers les roches les plus compactes,

pouvoir de pénétration plus irrésistible, plus redoutable, mystérieux, nocturne et silencieux, que le fracas _ même : dissolvant, lui _ des vagues contre les falaises.

Agathe voulut bien acquiescer :

l’image ne lui semblait pas très juste pourtant, et elle ne l’était certes pas,

mais vigoureuse ;

et puis elle allait au cœur :

elle m’apprit que, dans les dernières années de la Belle Époque _ peu avant 1914, donc _, l’un des descendants de Jean-François,

Alban Lambert,

un cousin qu’elle aimait comme le grand-frère qu’elle n’avait pas eu _ elle s’entendit moins bien avec son propre petit frère, Léonard, né en 1912, lui… _

un cousin mort à la guerre, l’avant-veille de l’armistice,

devait planter,

sans rien savoir _ pourtant _ des pages du Journal que je venais d’évoquer

_ et « inventé » quelques années plus tard seulement : « à l’automne 1936« , par un certain John Fleming (page 109), d’abord ; puis lors d’« une publication savante« , par les soins d’« un (sien) ancien camarade d’études, le Dr Anders« , quand « fut annoncée en mai«  1938 cette « découverte«  (page 11) ; mais surtout « l’été 1954« , lors de « la mise aux enchères des manuscrits«  et « l’acquisition décriée des douze carnets de cuir rouge par une université américaine«  (celle de Yale : les carnets quittant alors le Québec ; et le Canada), « pour voir le nom de Jean-François Rameau refaire surface » planétairement alors (page 111 aussi) _,

deux magnifiques spécimens de cèdre rouge

ou, comme on dit plus volontiers aujourd’hui, de thuya géant :

on peut encore les voir, du moins, se reprit-elle, était-ce encore le cas lors de son dernier séjour à Saint-Léonard, dans le parc de La Grande Sauvagerie, derrière la tour de l’observatoire. »

Et c’est là que se situe, page 138, le passage

déjà cité en mon compte-rendu précédent de La Grande Sauvagerie,

sur la constitution, par la « légende« , de la famille Rameau-Lambert, en une véritable « tribu » :

« la légende de Jean-François…« , l’expression se trouve page 138.

Voici donc ce courriel passionnant :

De :   Christophe Pradeau

Objet : RE: Article de mon blog Mollat sur « La Grande Sauvagerie »
Date : 18 juin 2010 01:24:46 HAEC
À :   Titus Curiosus


Cher Titus Curiosus,

je trouve vos messages et votre article au retour d’un séjour de quelques jours à X… Merci infiniment pour cette belle lecture, si impliquée et si précise à la fois, qui, par la façon qu’elle a d’accompagner le texte commenté, de se glisser dans ses recoins et ses interstices, dans ses blancs et lacunes, de digresser, de revenir en arrière, de piétiner et d’aller de l’avant, m’a rappelé l’écriture si singulière de Péguy _ mazette ! _, notamment dans ses essais sur Hugo ou sur la trilogie de Beaumarchais (ce merveilleux livre posthume que l’on connaît sous le titre de Clio) ; ou encore, moins connu et nettement moins accompli mais vraiment étonnant, le commentaire linéaire intégral de Madame Bovary par Léon Bopp _ inconnu de moi jusqu’à ce jour : grand merci, Christophe !

Vous avez presque toujours touché juste _ merci ! _, jusque dans le choix des illustrations. L’horloge de la « Maison Renaissance » de Lubersac flotte bien quelque part, en effet, derrière celle du Vieux Logis de Saint-Léonard ; et la Thérèse des Âmes fortes _ Christophe a écrit, comme j’avais, moi aussi, failli le faire : Âmes mortes ! mais là, ce n’est pas de Giono, mais de Gogol, qu’il s’agit ! _ derrière Thérèse Gandalonie _ je m’en réjouis, tant j’apprécie, et c’est encore un euphémisme, ce Giono-là : celui aussi d’Un Roi sans divertissement, Noé, Deux Cavaliers de l’orage, Les Grands chemins, Ennemonde et autres caractères, L’Iris de Suse : quel (jubilatoire) magicien du récit !.. Et en creusant un peu, j’ai découvert, alors, que Christophe Pradeau a réalisé un Jean Giono, paru aux Éditions Ellipses en 1998…

Pour ce qui est des précisions demandées…

Je n’ai pas constitué de chronologie précise, qui aurait préexisté au livre à la façon d’un plan _ et d’un cadre (ou d’une cage) a priori _, et je n’en ai pas établi a posteriori pour m’assurer _ Christophe n’a pas ce type d’« inquiétude«  maniaque… ; par là, il est tout à fait dans la descendance (poïetique) d’un Giono ! pour ne rien dire d’un Faulkner… _ de la cohérence de l’ensemble ; j’avais intuitivement _ cela devant largement « suffire« … ; la priorité étant la coulée (et plus encore le coulant) du flux… _ le sentiment que cela tenait, globalement… Mes premiers lecteurs – les lecteurs si précieux du premier cercle amical – l’ont fait pour moi et m’ont permis de corriger deux ou trois incohérences _ sans nulle gravité : Thérèse qui raconte n’est pas une machine ; ni une exégète (d’elle-même) maniaque… _ de détail : je croyais que cela avait été fait pour avril 1954-avril 1956… _ une discordance signalée entre les pages 62 et 16… Sans doute un problème de report sur les 3es et dernières épreuves… Il reste toujours des choses de ce type dans un livre et c’est assez rageant…

Pour ce qui est des liens familiaux. Marie-Lou _ la tante protectrice de Thérèse, dont le jardin au figuier généreux lui est (chaleureuse !) terre d’asile _ est, abusivement, qualifiée d’ « épouse morganatique » parce que, fille du bas pays, issue d’une famille paysanne d’une modeste aisance, elle épouse le frère de la mère de Thérèse _ voilà ! _, rejeton d’une famille prospère du haut pays

_ le jeu bas/haut – haut / bas est important dans l’économie du roman de Saint-Léonard : dès la première page, où tout « dévale« , tantôt abordé d’en-bas (à grimper, avec ses pieds : « Elle (la « lanterne des morts » : fascinante ! pas encore nommée par la narratrice, Thérèse, en cette toute première phrase, déballée par son récit, du livre !) domine le village, lui-même haut perché avec ses raidillons coupe-jarrets, ses monte-à-regret cabrés vers le ciel« …), tantôt vu d’en-haut (par un regard non essoufflé, alors ; mais le corps peut se mettre, et, bien vite, à se laisser aller à courir ! en fonction de l’âge, surtout… : « l’emmêlement têtu, le ruissellement (surtout : tout se met à couler !) gris bleu de ses toitures d’ardoises, ses étagements de balcons, de tourelles en encorbellement arrimés aux redans du rocher, avec l’ample retombée (voilà !) de ses jardins en terrasses, ses volées de marche dévalant (ça s’accélère ! la course vite emporte…) la pente, impatiente (voilà !) de se faufiler au milieu du quant-à-soi des vergers,

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entre les hauts murs de granit, gainés de mousses et de lichens, alourdis par le débord cornucopien (à foison !) des arbres en espalier, la plénitude (oui !) tentatrice (paradisiaque !) des reine-claudes, des figues fleurs (les voici déjà !) , des sanguinoles ou des pavies, tunnels d’ombres et de feuillages le long desquels on dégringole (voilà, voilà ! de plus en plus vite, par l’effet de l’attraction gouleyante de l’ivresse de la pente avalée…) en criant à tue-tête pour déboucher enfin, hors d’haleine, échevelés, les joues en feu, au milieu des éclats de rire des berges, des courses trébuchantes sur les bancs de galet, face à l’éclaboussement (cézannien ! et zolien : cf les rives de l’Arc tout au bas de la pente d’Aix-en-Provence !)

http://www.isere.grenoble.snes.edu/spip/IMG/jpg_Paul_Cezanne_Baigneuses_1874_jpg-2.jpg
des corps nus dans l’eau froissée de soleil
« 
… : c’est superbe ! quel bonheur d’écriture !)…
_,

Marie-Lou est, abusivement, qualifiée d’ « épouse morganatique » parce que, fille du bas pays, issue d’une famille paysanne d’une modeste aisance, elle épouse le frère de la mère de Thérèse, rejeton d’une famille prospère du haut pays,

famille bourgeoise déjà, affranchie _ elle _ des servitudes _ lourdes _ de la terre. Je n’ai pas imaginé de prénom à cet oncle maternel de Thérèse, l’époux de Marie-Lou _ il demeure seulement (rien qu’) une « fonction » : comme pas mal des personnages masculins, ici… _, mais j’avais pensé lui donner le nom de Decay _ un mot de la famille de « descente » ; cf « décadence » (en anglais, « to decay«  signifie « se gâter« , « pourrir« , « partir en ruines«  : « déchoir« , donc… Il est censé avoir fait l’acquisition de la maison aux arcades et du jardin au figuier _ celui de la « chute« , au Paradis, dans la Genèse… _ quelques années après la mort d’Antoine, maison dont la famille Lambert, les héritiers d’Antoine, se défont, on ne sait pourquoi _ non plus _, au profit d’une famille du bourg, les Decay _ mais de telles transactions ne sont pas dénuées d’importance à l’échelle d’un petit pays… _, pas plus qu’on ne sait dans quelles circonstances Antoine a pu l’acquérir et à qui il l’a acheté _ le souci de l’auteur (quant à la « fabrique«  de son « monde« ) va assez loin, on le voit ; jusque dans ce qu’il choisit de délaisser : dans l’ombre (= sans focalisation trop nette). Pas de lien de famille donc entre Thérèse et les Lambert, du moins dans mon esprit, mais le texte autorise, bien entendu, à en imaginer et je l’ai voulu ainsi _ bravo ! La grand-mère de Thérèse, dont la mort la touche tant, est sa grand-mère maternelle : donc la mère _ aussi _ du mari de Marie-Lou. Cette dernière _ la bonhomie généreuse et la faconde de sa silhouette n’étant pas sans me rappeler celles de l’« Ennemonde » de Giono, sans sa « patte«  de carnassier, toutefois… _ est une sorte de figure de substitution sur laquelle se reporte l’amour de Thérèse pour son aïeule. Le père de Thérèse est laissé _ lui aussi _ dans l’ombre parce qu’il en est une _ c’est dit ! _ : d’une famille un tout petit peu moins aisée _ une différence infinitésimale suffisant ! _ que les Decay, d’un caractère moins bien trempé que celui de sa femme, il passe le plus clair de son temps _ fuyant comme la truite de montagne, à la peau un peu gluante quand on veut la saisir, ou tenir _ à la pêche… J’imagine tout ce que sa femme a pu dire _ certes ! _ sur les Gandalonie ! _ un nom qui me paraît proche de celui des « Vandales« , qui passèrent jadis par là aussi, avant de se poser et fixer en Vandalousie… Ai pensé, je m’en aperçois en vous écrivant, aux Dodson du Moulin sur la Floss.

Bien entendu, tout ce que je viens d’écrire est pour ainsi dire virtuel puisque seul le texte fait autorité _ bien sûr ! Ce sont des données qui m’ont été utiles pour écrire le roman _ en la gestation pétulante et pétillante : festive, de sa « fabrique«  _ mais que j’ai retirées – comme un échafaudage – ou qui sont restées en suspension _ c’est aussi bien intéressant, cela _, tout au long de l’élaboration du livre, dans le blanc de la page _ que le lecteur bien attentif ne peut que deviner : il est jubilatoirement passionnant de pouvoir, ainsi, glisser un œil dans ce « chantier de construction«  tout frais et si vivant : frémissant encore… Lire alors aussi est frémir…

Merci encore de m’avoir offert le plaisir de replonger _ merci ! _ avec vous au plus intime _ voilà ! mais c’est moi qui vous suis infiniment reconnaissant de l’éclairer ainsi ! en son frémissement ainsi « continué« , « retrouvé » par vous, l’auteur, en la lecture du « commentaire« … : le chantier de l’activité fictionnante se poursuivant par là, non seulement en le lecteur, mais même, ici, en l’auteur, lecteur du « commentaire« _ de La Grande Sauvagerie. J’ai retrouvé, en effet, en vous lisant, une saveur, une qualité d’intimité _ merci de me le faire, à votre tour, ainsi, partager ! _, inséparable de l’écriture, du livre en chantier _ mais oui ! _, mais dont, le livre publié, il s’agit de faire son deuil, à moins que certaines lectures ne vous la restituent _ la lecture, bien sûr, est (toujours, mais surtout à son plus vif) une reviviscence… C’est un plaisir rare et troublant, que je vous dois _ doublement merci (beaucoup) à vous, Christophe !

C’est pour cela que s’adresser à l’auteur, et continuer la « conversation« , en quelque sorte, qu’il a proposé d’entamer avec vous, lecteur, en vous offrant (à l’opération risquée, vôtre, de la lecture) « sa bouteille à la mer » (qu’est le livre : fictionné), est l’occasion de lui témoigner un peu de la (magnifique) reconnaissance (et gratitude) de cette joie pure de lire, en sa richesse, du lecteur ! admis à « collaborer« , en quelque sorte, à son tour _ à la façon de l’interprète musical de la partition écrite, notée… _, à partir des perches que lui tend (ou ne lui tend pas, avec des blancs et des lacunes, ou des ombres, volontaires), en ses phrases, l’auteur, à un jeu (comme « de l’oie«  : en partie ouvert par les hasards organisés et à moitié imprévisibles de la partie : la retombée des dés et le jeu qu’elle vient soulever…) ; à un jeu, donc, de perspicacité, au plaisir d’élucidation (jamais achevée, en effet) des « énigmes » (patentes) du récit lui-même, organisé ainsi et pour cela (ces portes ouvertes sur des pistes diverses devenant possibles…), du livre…Avec quelle densité et profusion ici : proprement « cornucopienne«  ! en effet !

il me semble que l’adjectif, présent en l’ouverture (assez audacieuse par là ! vis-à-vis de tant d’« indiligents lecteurs« , près de quitter, dès pareil seuil, le livre _ de fiction, le roman _, qu’ils viennent à peine d’entrouvrir !..) du récit de l’universitaire, désormais émérite, qu’est Thérèse, page 11, à propos des « hauts murs de granit« , enserrant les « vergers«  de Saint-Léonard (ou Saint-Robert, son modèle dans la réalité du territoire, si l’on préfère), « gainés de mousses et de lichens«  : « alourdis par le débord _ voilà ! _ cornucopien des arbres en espalier«  (et combien ce « débord« , fructiforme, ou fruitier, est superbe !),

revient une autre fois : je viens de le trouver, page 51,

à propos de « la langue » et de « la veille patiente« , dans les « bibliothèques de la Nouvelle-Angleterre dont les portes restent ouvertes jour et nuit«  : « où s’entretient sans discontinuer, tous les jours de l’année, jusque dans les heures les plus hostiles du petit matin, le feu vacillant des lectures buissonnantes, la veille patiente de ceux qu’on appelle, dans la langue cornucopienne de la Renaissance (voilà !), les Lychnobiens (ceux qui vivent à la lueur des lanternes)« … Fin, ici,de mon incise sur ce généreux, un peu rare aujourd’hui, adjectif : « cornucopien, cornucopienne« 

Bien amicalement,

Christophe Pradeau

Dans la curiosité festive de votre prochain opus…

Titus Curiosus, le 19 juin 2010

Post-scriptum :

Lui ayant demandé son blanc-seing

à la publication de notre (modeste) échange,

voici le petit mot (de réponse)

que je reçois ce matin, il est 5 heures, de Christophe Pradeau :

Cher Titus,

Je ne vois pas d’inconvénient à publier ma réponse à votre article et le commentaire qui l’accompagne.

Merci encore…

Vous avez une façon d’écrire d’une tonicité réjouissante et communicative.

Bien amicalement,

Christophe Pradeau

« Wow » ! _ soufflerait le cher ami Plossu…

C’est moi qui suis le débiteur :

de la richesse proliférante, « cornucopienne« , donc

(mais contenue : retaillée _ sans perdre le souffle, tout au contraire, pour mieux affûter ses fulgurantes, ou terribles, envolées : tout respire ! _, retaillée au burin, au ciseau, au stylet, à la plume _ michel-angelesque ! sur la blancheur du marbre chaleureux, en fusion (en sa merveilleuse fondante autant que consistante plasticité…) de vos mots ! _ d’exigence artiste ! cf le « en espalier » de la taille des arbres des vergers de Saint-Léonard !)

de votre « monde« ,

cher Christophe,

celui qui jaillit et sourd de votre écriture _ et « le style, c’est l’homme même » ! _ :

en une densité qui continue d’échapper _ et donner à profusion : en votre générosité (« cornucopienne » ! donc…) d’auteur-écrivain : oui, vous l’êtes ! _ fruits, fleurs, feuilles, rameaux _ eh ! oui ! _, branches et frondaisons splendides, caressés (et soulevés) par le vent et la lumière , dans l’univers d’en-haut,

et racines et radicelles (à champignons !), dans l’univers « souterrain« , ou d’en-bas, dans le terreau et le terrain et le territoire :

tous, frémissants qu’ils s’agitent (et que vous percevez ! si merveilleusement, en votre écriture !)

_ tel Lucrèce ;

je n’ai encore rien dit (quelle faute ! mille pardons !) de ce que vous en faites, aux pages 86 :

« j’entends la pluie d’atomes chantée par Lucrèce« 

et 87 : « plus rien ne compte que les entrechoquements d’atomes, ces écarts et pas de côté (oui ! le clinamen décisif !) qui sont tout à la fois la genèse et l’apocalypse (en effet : « à la fois« , oui ! d’un seul et même mouvement, en la richesse infinie de ses métamorphoses rebondissantes complexes !), le début et la fin (l’alpha et l’oméga !), toutes choses mêlées, confondues dans la même (giboyeuse !) pluie fine de printemps« 

(celle-là même rencontrée, avant-guerre certainement, par la merveilleuse Marie-Lou, elle, à la page 60 du récit de sa nièce Thérèse Gandalonie, en ce que cette dernière nomme, avec tant de justesse, une de ses « heures enchantées » (jusqu’à donner son titre au « chapitre troisième » : « Les heures enchantées« ) :

« elle _ Marie-Lou, donc _ avait fini par pénétrer pourtant dans la lumière, par se glisser (voilà ce qui est requis de nous, vivants humains : ce banal, mais décisif geste de courage ! que tant, telle la mère de Thérèse, se refusent, eux, rigidement, d’accomplir !) dans le ruissellement dansant du spectre. Le monde s’était replié, resserré sur lui-même ; tout n’était plus qu’entrechoquements, retombées erratiques et joyeuses (mais oui ! car la joie « est«  spacieuse ; cf Jean-Louis Chrétien ! en son décisif La Joie spacieuse _ essai sur la dilatation : je le recommande éminemment !) de petits grains de couleurs. Lou s’abandonna, la bouche ouverte, prise d’une envie folle de courir et de crier, de chanter sa joie et sa peur, et incapable d’articuler un son, de faire le moindre geste, offerte (oui ! telle une Danaé à la pluie d’or…) tout entière (oui !) à la pluie lumineuse qui s’enroulait autour d’elle (magiquement et naturellement ! les deux vont de pair : et le poète le « voit«  ! telle la Thérèse du livre de Christophe !!!), qui l’enlaçait, la pénétrait comme l’eau la terre meuble, l’entraînant corps et âme (oui ! et elle ne l’oubliera plus !) dans une ronde où elle se démultipliait (voilà : en se dépliant…) à l’infini et finissait (se décentrant ainsi de son « quant-à-elle-même » trop social-bête, en se livrant à cette altérité !) par se perdre ( bien heureusement ! une grâce !) de vue«  (pour se déployer « corps et âme« , donc, à jamais…) ;

ensuite :

« pas un bruit, si ce n’est le glou-glou des rigoles, le travail obscur, l’odyssée invisible de l’eau, le lent ruissellement, la lente traversée des épaisseurs d’humus vers le silence étale des nappes phréatiques«  : ce bonheur d’écriture et de vérité-là se savoure à la page 61 de La Grande Sauvagerie…),

« plus rien ne compte que les entrechoquements d’atomes, ces écarts et pas de côté

qui sont tout à la fois la genèse et l’apocalypse, le début et la fin,

toutes choses mêlées, confondues dans la même pluie fine de printemps, donc

_ je reprends ici l’envol du récit de Thérèse, cette fois (après celui _ que Thérèse rapporte, en sa mémoire, ou plutôt évoque et reconstitue, avec, aussi, ses nouveaux mots à elle… _ celui de Marie-Lou, avant-guerre, elle, à la page 60) de Thérèse, cette fois, et maintenant !, la plume à la main de ce livre, à la page 87 :

« ce livre que vous lisez, dont je suis tout près d’écrire le dernier mot« , dira Thérèse Gandalonie à la page finale de La Grande Sauvagerie, page 154… _,

de celles (ces « choses mêlées, confondues dans la même pluie fine de printemps« , donc)

qui exaltent, libèrent toutes les odeurs, tous les parfums (et aussi les saveurs) de la terre,

une petite pluie pénétrante (et fécondante !) qui contient en elle (oui !) l’infinie diversité des formes et des existences » _ eu leur incessant jeu (tant héraclitéen qu’ovidien !) de « métamorphoses«  tant obscures, immergées dans la nuit ou reléguées dans l’ombre, que luminescentes : il faut apprendre, aussi, à les recevoir et accueillir, au lieu de les nier et refuser, dénier, pour savoir en toute simplicité, et vérité, les percevoir !.. ;

même si la nièce Thérèse a semblé, un temps, moins habile ou douée pour cela que sa tante (ni Decay, ni Gandalonie, en son enfance des « fonds humides« , elle ; voire des « fosses à purin« , dont elle s’extrait et s’extirpe, « grimpée sur le talus », déjà, page 57…) Marie-Lou ;

Thérèse ayant dû, elle, passer par, et accomplir quelques larges détours : tant dans l’espace et le temps (l’histoire autant que la géographie) que dans les « curiosités«  (toujours singulières) d’une culture, ultra-fine, incorporée peu à peu, dans l’éclairement patient de quelques lumineux livres ; encore lui a-t-il fallu, aussi, oser s’essayer à l’exercice (insu ! pour commencer) de bien, bien les lire… _ :

comme je vous suis, cher Christophe,

en ce lucidissime lucrécianisme !..

qui n’est pas sans m’évoquer aussi l’enchantement « électrique«  si follement généreux et déployé d’un Walt Whitman ! en son magistralement magique Feuilles d’herbe !.. ;

et fin ici de l’incise lucrécienne ! _,

tous

(fruits, fleurs, feuilles, rameaux, branches et frondaisons splendides, caressés, et soulevés, par le vent et la lumière, dans l’univers d’en-haut, et racines et radicelles (à champignons !) continuant leur poussée, dans le monde inverse d’en-bas) _  je reprends et poursuis pour l’achever enfin ma propre phrase ! _

frémissants qu’ils s’agitent,

parties prenantes, et combien ! _ on l’a perçu _, du circuit de la vie,

et féconds…

Merci ! de tout cela ! Christophe…

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